viernes, 8 de junio de 2007

POR QUÉ ES INELUDIBLE LEER A CRONWELL JARA JIMÉNEZ


Por Eduardo M. Pacheco Peña

La librería ‘Panchito’ se encuentra próximo al ingreso central de la Universidad Nacional Daniel Alcides Carrión y de cara al Banco de Crédito, allí en el barrio de San Juan Pampa en Cerro de Pasco; no obstante no ostente ese título, pero en estricto es una librería, es decir, un negocio dedicado exclusivamente al comercio de libros y no a materiales de escritorio. En junio del 2006, visitando su local, donde se suele encontrar amistades y valiosas novedades bibliográficas, nos informamos que nuestro fraterno amigo Héctor De la Torre Silvestre, joven escritor cerreño, había adquirido el volumen Nº 11 de la Colección Perú Lee del Fondo Editorial de la Cultura Peruana (Fondo inspirado en la travesía editorial de Manuel Scorza en los sesenta del siglo XX), que lucía el llamativo título de: Jer Bruckman, el mago y la cabeza decapitada de un traidor (Lima, 2003), relato de Cronwell Jara Jiménez (Tuñalí, Piura, 1951). De gran valía literaria como los demás libros del laureado escritor, no podemos argüir razón alguna para no adquirirla, ya que incluso, esta en especial, es ofertada en numerosos negocios libreros de la capital a un simbólico precio. Aquí y de aquel ejemplar que solicitamos en préstamo a Héctor, nos aprovecharemos para pregonar de la ineludible necesidad de leer la obra literaria de Jara Jiménez.

Explorando el texto, observamos que la contratapa luce una breve nota del recordado y genial crítico literario Dr. Antonio Cornejo Polar, que en pocas palabras sintetizó magníficamente el ser espiritual del Perú:

«Una cultura heteróclita, casi inverosímil, [que] explica acciones y reacciones sociales inesperadas, pero también remite a viejos códigos de la cultura andina, sesgadamente transpuestos al contexto de la modernidad degradada.»

Y breves líneas más adelante sitúa, en aquel entramado cultural, lo trascendente de la obra del narrador:

«En ese orden de cosas, Jara propone una versión absolutamente inédita de la marginalidad urbana, pero evita los riesgos del documentalismo realista para elaborar, en cambio, imágenes y símbolos que tanto nacen de la realidad como la constituyen.»

Pues sí, leído el libro, más los otros del escritor piurano, despertamos hacia la mítica realidad de un intrincado orbe con indistintos matices y melodías en el lenguaje: la sierra andina norteña (yunga y quechua), y del aliento nuevo que trasladó a las áreas urbano-marginales de la capital. A cada paso, no nos describe esos dos microscópicos universos, sino que los revive en su inconmensurable complejidad.

Nuestro José María Arguedas, como consta en su obra pedagógica temprana, creía —en su infinita ternura quechua— que la magia y la creatividad andina se aferraba a lo más profundo de los Andes y que poco a poco, descendiendo hacia los llanos costeños, se disipaba; si bien su “Orovilca” no lo reflejara así. Cronwell Jara, Eduardo González Viaña y Goyo Martínez, testigos excepcionales del Perú costero y el yunga seco contiguo, advirtieron para nosotros que esos mundos próximos al mar, también transpiran la fascinación lúdica, la erubescencia sensual y el furor social de las profundidades andinas. Insistimos en este decir: «sus mundos», por esa especial identidad que traslucen en nuestro suelo patrio los individualismos culturales regionalistas o locales; ya que la narrativa de estos maestros del arte literario capta la maravillosa pureza que tienen en el país las pequeñas y sensibles «matrias» (palabra acuñada por Miguel de Unamuno y voceada por el historiador mexicano Luis González y González para explicitar la provinciana raíz de cada telúrico nacimiento). Leyéndoles, José María Arguedas asentiría feliz con lo dicho; él, que amó como nadie los Andes, sus tradiciones y memorias indígenas. Y aún más, se encantaría al saber que Jara Jiménez prolongó esa irrealidad real a la mismísima capital, al peculiar ‘Montacerdos’ que él asentó en los 40 de la pasada centuria allí por el valle del Rímac, en las pampas de Amancaes...

En cada cuento del piurano, los personajes sobrellevan, una y otra vez, la fatalidad imperecedera de una sociedad violenta y segregacionista que los condena a refugiarse, huir o estallar invariablemente con ira y dolor ante la adversidad. Sólo la inmensidad del espacio, sus embrollados relieves, la floresta y la hojarasca, que son el alma de la tierra, los envuelve para resguardarlos de la desventura o la persecución; las humanas esperanzas que ahí florecen, nacen sublimes mezcladas entre la inocencia y el perdón. Esta exquisita fuerza creativa de Cronwell Jara, continúa en suelo peruano la noble faena letrada y surco narrativo de Juan Rulfo. Los cuentos de Las huellas del Puma (Editorial San Marcos, 3ra. Edición, Lima, 1997) da ejemplos ilustrativos de lo antes detallado. Tras andar y desandar con los ojos por las breves líneas de cada uno de sus firmamentos, maravillados nos abandonamos a un prolongado silencio, un descanso obligado para la meditación; para luego, centrados en sus argumentos, humildemente compendiar nuestras propias y mezquinas sensaciones. Por decirlo, pensamos que el cuento “El exrecluta” evidenció la otrora alienación que la brutalidad estatal infringía a la gente del pueblo, al desterrarlo con saña y salvajismo de su tronco familiar. Lo mismo que “El hombre que llegó a morir”, relato sentimental y trágico que deleitó a Manuel J. Baquerizo, intelectual huancaíno, quien lo recordó devotamente al presentar ese libro… Asimismo, Las huellas del Puma acopia entre sus pliegos dos memorables cuentos: “Hueso duro” y “La fuga de Agamenón Castro”; virtud al primero, al escritor le otorgaron el Premio de Cuento ‘José María Arguedas’ (1979), y por el otro, el celebrado Premio COPÉ de Cuento (1985). Al publicarse “Hueso duro”, el maestro Antonio Cornejo Polar subrayó el hecho, afirmando que:

«Hueso duro es un relato de inusual violencia. Con obsesiva nitidez un niño recuerda en el inevitable doble tiempo de la evocación, la sangrienta historia de sus padres. En parte conocido por lo que oye en labios de otras personas, pero sobre todo vivido en la inmediatez de los actos que se realizan en su presencia y con su intervención, este niño registra con intensidad y minucia traumáticas un existir azaroso que apenas si discurre por los resquicios que deja sin cubrir la omnipresencia de la agresión y la muerte.

En este mundo hecho de sangre, al parecer gobernado por pasiones simples y destructivas, el niño sabe distinguir, con la oscura certeza de sus intuiciones, la ambigüedad y las contradicciones del vivir adulto y de su propia subjetividad. Descubre, por ejemplo, la piedad y la ternura que pueden subyacer en el odio y la venganza más terribles, como también el miedo y la debilidad que a veces sostienen la crueldad y la agresión.» (En: Cronwell Jara: Hueso duro, Lluvia Editores, 2da. Edición, Lima, 1986)

El lenguaje poético, mágico y popular que va emergiendo con cada uno de sus personajes, además habla de las gestas colectivas contra el orden jurídico estatal, que superando las propias furias y penas individuales, en colectividad busca para sí con dignidad en el campo o la urbe arrancarle el reconocimiento de sus derechos al Perú oficial; así parece reflejarlo su novela Patíbulo para un caballo (Consejo Provincial de Piura, Colección SEC, 2da. Edición, Piura, 1994). Alfredo Quintanilla que prologa esta fabulación, lo resalta desde una perspectiva predominantemente sociológica y cultural, enlazada —eso sí— a un breve análisis de la técnica literaria. Justamente Jer Bruckman, el mago y la cabeza decapitada de un traidor es un eslabón de la cadencia narrativa de Patíbulo, aquella legendaria trama que se originó con su primigenio cuento “Montacerdos” (Algarrobo Editores, s.l., 1985, —la tirada originaria es de Lluvia editores, 1981—), y cuyos avances tempranamente adelantó en la revista Cielo Abierto (“De: Patíbulo para un caballo”; Vol. IX, Nº 26, Lima, 1983), seis años antes de la publicación de su primera edición (1989). Una novela que es fusión y suma de una sucesión concatenada de cuentos como lo fue antes el Redoble por Rancas de Manuel Scorza. Quintanilla también refiere que la novela esta emparentada con “Guitarrón florido” (1986). Entonces, desde los 80, nos acompaña mamá Griselda y Maruja, el Gorilón y Jer Bruckman, Yococo y el Celedonio, los cuyes de alcantarilla salpicados de piques y de pestilencia, arrimados a los cañaverales altivos que crecen en las acequias agrícolas o cerca al maizal por donde remontan en vuelo las torcazas que han de posarse en los sauces llorones que bordean los sembríos en que cabalgan altivos los policías que sitian a Montacerdos, un ‘pueblo joven’ henchido de probidad, valor, traición, erotismo, ignorancia y sed…, tan cerca y tan lejos a la vez de la Casa de Pizarro y de sus carroñeros gallinazos. Un terruño que va alojándose en nuestros espíritus al atrevernos a gozar de su ficción, sin respirar el caliche, la sílice terrosa o la humedad que fueron el pavor de los labriegos pulmones limeños, en una época cuando los desposeídos de la capital, envolviendo a la urbe, forjaban las más antiguas ‘barriadas’ del siglo XX. Barriadas épicas, que son familiares a quienes hemos trajinado, bajo el cielo gris capitalino, por las callejuelas polvorientas de sus dominios (sintiendo sus muros de esteras inundadas de hambre, y donde uno no se extraña por la ausencia del agua potable, la electricidad, la impotencia y el dolor); barriadas alejadas del río hablador y con techos cubiertos de cielo.

Para terminar este comentario, los profesores de Historia solemos olvidar que las técnicas narrativas y del uso del lenguaje (la estética de las palabras) son lo fundamental en el análisis literario, aunque la terquedad del gremio de las Ciencias Sociales nos obligue a centrarnos sólo en el mensaje. El sugestivo mensaje que en Jara Jiménez tiene la fuerza de sacudirnos las conciencias y adentrarnos a la preciada tradición andina donde los cuentos indígenas recrean con ironía, fino humor y travesura, la habitual violencia social y cultural de nuestra hirviente sociedad (Vgr.: “Issicha Puytu”, “La ganchana”, “El lagarto”, “El sueño del pongo” o los cuentos sobre zorros, demonios, mendigos, condenados, degolladores…). Violencia que es encubierta las más de las veces por las hipócritas tragicomedias democráticas oficiales, pero que es directa, intolerante y bárbara en sus cotidianas y sinceras expresiones discriminatorias (económicas, raciales, étnicas, religiosas, educativas…). Por ello es improrrogable buscar los libros de Cronwell Jara para comprender el sentimiento genuino de un sector postergado de nuestra sociedad.

Al inaugurase la revista Umbral (Nº 01, Lima, setiembre de 1987), el escritor sacó a luz: “Piedra de sacrificio”, pesadilla sincrónica e inmemorial que aprehendió las imágenes de un ceramio ceremonial del arcano Perú prehispánico. Gracias a su biografía sabemos que también de su puño salieron a la luz: El asno que voló a la Luna (1987), Baba Osaím, cimarrón, ora por la santa muerta (1990), Fraicico, el esclavo sobre el toro ensillado (2003), Cabeza de Nube y las trampas del destierro (2006) y su manual para crear cuentos, Arte de cazar dragones. Manual y método para escribir cuentos para niños (2003), la mayoría editados por la Editorial San Marcos del fraterno Aníbal Paredes. Son tres décadas de ardua creación, desde que modestas revistas como Lluvia, dirigida por Esteban Quiroz Cisneros y Américo Mudarra, acogieran sus primeras creaciones. Explotemos pues este rico filón literario, cautivémonos con su prosa, como lo hiciera el desaparecido Dr. Antonio Cornejo Polar. Acerquémonos al cuentista sin oír a los idólatras de la forma, o a los que acostumbran afincan la letra a la visión de camarilla o a los que se embriagan con el compromiso literario dogmático. Su literatura supera estos extremos. ¡Léanlo!...

1 comentario:

De la cruz Martinez Alfredo dijo...

Antes de leer Hueso duro y Las Huellas del Puma de Cronwel Jara, creía que nuestra cuentística se limitaba a las aportacionbes de Ribeyro y C.E Zavaleta. El valor de Jara radica particularmente en su capacidad de transformar historias cotidianas urbano-rurales en perfectas construcciones estéticas en donde la forma no disiente con el fondo, por el contrario, Jara ha sabido encontrar ese equilibrio que en su momento no lo consiguieron muchos otros mucho más "afamados"